Nos vemos a las 20.00h

Mañana, 4 de abril, se cumplen tres semanas del confinamiento obligado por el Estado de Alarma declarado en nuestro país. En muy poco tiempo, se han sumado a esta medida la gran mayoría de países del mundo.  No podemos salir a la calle salvo para sacar al perro (los que tengan) y hacer la compra, tirar la basura y poco más. Nos enfrentamos a una pandemia mundial.

La primera semana fue de aceptación. Nadie se creía lo que estaba ocurriendo. Muchos se resistían a encerrarse. Otros sacaban a su perro en incontables ocasiones o aprovechaban para dar largos paseos mientras despertaban la indignación y enfado de los que mirábamos por la ventana. También están aquellos que salen casi todos los días a comprar. Multa tras multa, la mayoría fue cediendo y confinándose. Lo cogimos con muchas ganas, tanto que resultó un poco estresante. Aluvión de memes en los grupos de whats app, videollamadas para tomar algo, caceroladas y aplausos por las ventanas y balcones, repostería, yoga, meditación, arco iris por todas partes...

Todo eso se fue calmando durante la segunda semana. Esto parece que va en serio. La gente no solo muere porque lo escuchas en las noticias. El padre de tu compañera, el abuelo de otra, la madre de una amiga, el padre de otro... ¡Mamá, por favor, quédate en casa! Empezamos a sentir miedo. La gente se va y lo hace sola. Sin poder despedirnos de ellos. Y entonces, lloramos y, al rato reímos. Los daños colaterales de la encerrona empiezan a notarse: ansiedad, miedo, mareos... Pasamos de la euforia al pánico, de la risa al llanto... ya no nos hacen tanta gracia los chistes. No nos apetece tanto  hacer videollamadas para tomar algo con los amigos. Dormimos peor o demasiado. A veces, duele el cuerpo. Me da miedo salir a tirar la basura, ir a comprar.

La gente empieza a mostrar su verdadera cara. Los sanitarios son héroes, los policías, personal de limpieza, transportistas, personal de supermercado... todos aquellos que se ven obligados a trabajar para que tengamos unos servicios mínimos y podamos estar encerrados en nuestra casa con todo lujo de detalles y así poder salvar la vida de los demás y, también la nuestra. Aquellos que invierten su energía en criticar a unos políticos o a otros.

Tercera semana. El estado emocional se equilibra. Se alarga el tiempo de espera para volver a respirar la libertad. Pienso en Ana Frank y en Ortega Lara. Si ellos pudieron, yo también. Lo que peor llevo es la gente que se queja constantemente. Gente que vive en pareja, en una casa grande con patio y jardín, donde pueden tomar el sol, hacer deporte... Y luego está mi madre. Que día tras día amenaza con salir. Parece que es la única que no sale de casa y no ve la parte positiva de esta situación. Aunque en realidad, no ve el lado positivo de nada hace mucho tiempo. Y aunque trato de empatizar con ella, ser paciente, etc... me agota repetir todos los días el mismo discurso, sintiéndome yo más madre que hija. Y es que yo, también tengo que llevar mi parte.

De momento, mantengo mis rutinas de pilates, conversaciones con amigos, retomar el blog, ponerme con la guitarra... aprovecho las mañanas para tirar la basura y que así el Sol me acaricie la cara. Con suerte se asoma algún vecino y me puedo entretener un minuto más. Cuido la alimentación, tratando de comer alimentos con omega 3, serotonina, triptófano y vitamina D en un intervalo de dos días. Comer adecuadamente ayuda a tener una buena salud mental. Hay días que no me apetece hacer nada. Intento no concederme más de uno. Y acepto las emociones según vienen. Saber que no soy la única que se siente así o asá en determinados momentos del día, hace que me sienta reconfortada.

Seguiré esforzándome para que los días cuenten. 

Ahora son las 20.00h y tengo que salir a aplaudir.

Vamos Resistencia!!!

Ilustración de Marcos Severi [www.mseveri.com/]




















Palabras de ... M*