Me pregunto la validez de una promesa hecha bajo los efectos del amor. Promesas que se hacen con tanta fuerza e ilusión, tratando de hacer perpetuas las palabras que se lleva el viento.
Se hacen con la convicción de poder cumplirlas aún cuando se avecina una tormenta. Pero ¿qué ocurre si la tormenta dura más de la cuenta? ¿Y si la tormenta se convierte en huracán? Esas promesas se desvanecen. Es muy fácil sentirse fuerte cuando todo va bien. No obstante, cuando las tormentas se prolongan tiñiendo el cielo de color gris, es impredecible lo que la mente, el cuerpo y el corazón puedan resistir si no ven la luz del sol.

Es difícil estar a la altura de las circunstancias cuando ves que tu amada rosa se marchita por mucho que la protejas con una urna de cristal, la riegues, la susurres mil te quieros... al final, terminas clavándote una de sus espinas.
¿Somos culpables de prometer y perder la fuerza si el huracán no se debilita al tocar tierra? 
Cuando llega ese momento, nos preocupa más nuestra propia supervivencia que la de la otra persona. Al final, nos preocupan más nuestro dolor, nuestro bienestar. El sacrificio es demasiado grande si nos supone un esfuerzo, un dolor... es por eso que se llama sacrificio claro está. "El hombre es un lobo para el hombre" y siempre afirmo que somos simples pues en situaciones límite volvemos a nuestros orígines, el egoísmo. Ese sentimiento que se exterioriza en nosotros desde muy temprana edad.
Así pues, ¿cuál es el valor de las promesas? Puede que el que tú quieras darle, dependiendo del grado de egoísmo que resida en tu interior. Mejor no alimentarlo.
"Promesas que no valen nada en estas cuatro paredes,
como lágrimas en la lluvia se irán..."
Palabras de... una princesa.

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